domingo, 29 de marzo de 2009

De vuelta a Mozambique

Hoy hace ya una semana que regresé a Nampula. En julio hará once años de mi primera llegada. Fueron cinco años llenos, bendecidos, de crecimiento y de servicio al Reino de Dios, de intensa vida comunitaria y de evangelización. Ahora me encuentro en una nueva etapa en mi vida. En fe, salí de mi tierra. Como Abraham, no sé lo que me espera, pero confío completamente en aquel que me llamó. España parece que queda cada vez un poco más lejos, y ya me voy adaptando a las condiciones materiales de la vida en el tercer mundo, a mi nueva casa, al clima (¡qué calor!), y a la gente de aquí.

Pero en todo esto está el Señor, fue por él que vine, y es a él a quien quiero rendir mi vida cada día. Le amo. Él entró en mi vida hace veintiún años, llenándome como sólo él podía hacer. Ahora es igual. Él sigue siendo el sentido de mi vida. No es África lo que me atrajo, no es otra cultura u otra geografía, es seguir sus huellas, servirle junto a mis hermanos y en ellos, y darle gloria extendiendo su Reino, agradarle, amarle, adorarle… Echando la vista atrás, sin embargo, tengo que lamentar mucho tiempo perdido, muchos esfuerzos estériles, mucha falta de adoración y de escucha de su Palabra. Mis errores y meteduras de pata, los asumo, mi orgullo ya no da para rebelarse más por ese motivo (en caso contrario, tendría mucho trabajo). Mejor rendirse y sonreir por mi torpeza, y hasta alegrarme por mis humillaciones. Lo que me duele es haberle herido con mi pecado. Mas él sigue contando conmigo y no le quiero fallar.

Sé que vienen grandes cosas, cosas mayores todavía que las que hasta ahora he conocido, y que esto es sólo el principio. El final será glorioso, aunque para ello tenga que pasar por la cruz. No hay otro camino, pero en la cruz está el Señor, tomando nuestra miseria, trasformando nuestra vida, restaurando todas las cosas. No soy un pionero, no soy un aventurero, no soy un temerario, ni siquiera un atrevido, tan sólo un discípulo de Cristo, discípulo itinerante, en camino, tratando de escuchar su voz y obedecerle, discípulo enamorado de mi Señor Jesús, un siervo inútil, aunque él me llama amigo.